La Revelación es cristológica, ya que se identifica, en último término, con la encarnación, Cristo es la Revelación de Dios.
1.1. Revelación de Dios en la historia – Antiguo Testamento
Dios se revela en el Antiguo Testamento en los hechos de la historia del pueblo de Israel. A través de los diversos eventos históricos, Dios, de manera gratuita y amorosa, se comunica libremente y se da a conocer a la humanidad, manifestando su plan salvífico y liberador.
La revelación es esencialmente interpersonal: es la manifestación de Dios al hombre. Allí, es Yavé el sujeto y el objeto de esa revelación, ya que es el Dios que revela y que se revela. A través de ella el hombre es llamado a entrar en comunicación de vida con Él.
En todo el AT podemos observar como la manifestación de Dios ha partido de una iniciativa suya. Es Él quien desea revelarse y darse a conocer. El es quien elige, y sella la alianza.
La comunicación de Dios es principalmente a través de la Palabra, lo que exige al hombre una mayor atención, e implica el respeto de Dios por la libertad humana.
El AT está enmarcada en la esperanza de la salvación que está por venir. Todo acontecimiento alude a uno posterior.
1.2.- Cristo: Revelación del Padre
Cristo Jesús es la máxima manifestación del amor del Padre, el cumplimiento de las promesas divinas y el centro de la historia de la salvación:
Él es el culmen y la plenitud de la revelación. Cristo es el Mediador absoluto porque es la Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho hombre (cf. 1 Tim 2,5) que irrumpe en la historia para traer la salvación (cf. Hb 1, 1-4). En el se ha revelado definitiva e irrevocablemente la voluntad salvífica universal de Dios a través de un hecho único e irrepetible: la encarnación del Logos (Palabra) divino.
En Jesucristo, no solamente esas revelaciones (hechas por los profetas) se totalizan, sino que la revelación de Dios es total. De Dios en cuanto él es el principio y el término de la relación religiosa de la alianza. Si el cometido de los profetas es poner los acontecimientos de la historia y la situación del hombre bajo la luz del propósito de Dios, Jesús cumple perfectamente la función profética: Él no manifiesta un elemento del designio de Dios, sino el Designio total, lo absoluto de la relación de alianza, el "misterio".
1.3. La Encarnación
La encarnación da realidad al acontecimiento revelador por excelencia, porque ella es el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios.
Él, el Hijo de Dios hecho hombre, es la perfecta revelación puesto que viene a hablar, a predicar, a enseñar y a atestiguar lo que ha visto y oído. De esta manera, la encarnación es la vía elegida por Dios para revelar y revelarse, a través de la cual hace posible a nivel humano el conocimiento de Dios y de su designio salvífico.
Y llevando al nivel humano la manifestación de Dios (su propia encarnación), Jesucristo, revela el misterio del Padre. Es decir, revelando al Padre como misterio, se revela también el misterio propio del hijo: la revelación es autorrevelación.
En Jesucristo, por lo tanto, llegan a su absoluto punto culminante tanto la llamada de Dios, como la respuesta del hombre, al identificarse en la unidad de su persona. En cuanto hombre, Cristo es la perfecta respuesta humana a la palabra y autocomunicación de Dios. En su obediencia, Él conduce de nuevo la humanidad hacia la unión con Dios y la hace partícipe de la vida eterna. En Cristo encontramos la relación de comunión, de diálogo, de docilidad y de amor que el hombre debe tener para con Dios. Así la revelación es completa aun desde este punto de vista, porque encuentra en el hombre el término y la respuesta que hacen plenamente eficaz el designio del amor de Dios.14
1.4.- Cristo: Sujeto de la Revelación
La paternidad y la filiación expresan las relaciones humanas que Dios quiso establecer con su pueblo; representa una cierta forma de encarnación, y tiene más consistencia que el acuerdo jurídico de un tratado de alianza. Dios ha llamado de Egipto a su pueblo (Os 11,1) porque quería formar con los hebreos una nación que tuviera existencia propia y que estuviera separada de las demás naciones; esto significó que el pueblo de Israel, siendo libre, se sintiera como hijo de Dios.
El fracaso de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo suscitó el anuncio de una nueva Alianza. Israel había faltado a sus deberes como hijo y había sido infiel como esposa, así que la Nueva Alianza no podía nacer mas que de una acción más poderosa de Dios, que remediase la debilidad humana; en el futuro Dios no se contentaría con proponer su Ley para ganarse la adhesión del pueblo, ahora la pondría dentro del hombre (Jer 31,31-33). La Ley, expresión de la voluntad divina, no se presentaría solamente en forma externa, sino que ahora se encarnaría en el hombre, de manera que la voluntad del hombre pueda coincidir con la voluntad de Dios.
Esta comunicación que Dios hizo al hombre de su espíritu divino deja ver la profundidad de la Encarnación: el Espíritu de Dios penetra en el hombre para animar y dirigir su conducta. Dios no se limita a ser socio de una alianza, a considerar a Israel como su hijo o su esposa, sino que ahora quiere entrar en el corazón mismo del hombre a través de la Ley.
En su encarnación, Jesús asumió una humanidad plena, sin pecado y no perdió su divinidad. La combinación de las dos naturalezas en la persona de Cristo es un misterio, nos acercamos al tema desde la fe.