Durante el mes de octubre, en el que se recuerda y celebra el gran acontecimiento del siglo XVI: La Reforma Protestante, que generó un cambio de paradigma en los distintos ámbitos de la realidad humana en Europa, es preciso interrogarse acerca del caminar de la Iglesia Protestante en América Latina, y de las repercusiones sociales, políticas, culturales, entre otras, que ha suscitado, ó mas bien, que debería generar el quehacer del mundo evangélico de cara a la complejidad de problemáticas presentes en los contextos de Latinoamérica, y aún mejor, en el caso específico colombiano, para así comenzar a realizar una mirada más concreta que lleve a identificar los desafíos que es necesario afrontar.
Los reformadores del siglo XVI, a sabiendas de las nefastas consecuencias que podrían acarrear sobre sí a causa de sus posturas, su actitud de denuncia profética y su búsqueda de transformación social y de pensamiento; asumieron el riesgo forjando una perspectiva más allá del inmediatismo y el conformismo, esforzándose por la búsqueda de la construcción del Reino de Dios y su justicia en la sociedad en la que vivían, constituyéndose la Palabra de Dios en el punto de partida y la autoridad final de su reflexión y acción.
De esta manera, el compromiso histórico de estos reformadores que tomaron en serio el significado de la Palabra de Dios como fuerza creadora encarnada en Jesucristo, dio inicio a una nueva época, una nueva cultura con mentalidad renovada, de la que surgió posteriormente la sociedad ilustrada del siglo XVII, y la sucesiva sociedad moderna que explora horizontes de desarrollo, autonomía y reconocimiento del individuo; de democracia e instauración de nuevas posibilidades en los distintos campos de la acción humana.
La actitud decisiva y entregada de estos hombres, ansiosos por vivir la Sagrada Escritura con integridad y plenitud en su momento histórico, trajo como consecuencia necesarios y positivos cambios a la Europa de aquel tiempo. Dichos cambios, repercuten hasta hoy, trascendiendo fronteras y exigiendo a los hijos de la Reforma presentes en cada uno de los continentes la participación crítico-constructiva en la tarea de liberación de falsas dependencias y el compromiso con la reconciliación humana, en cuanto el cristiano debe ser imagen de Cristo y Cristo a su vez es imagen de Dios liberando y reconciliando, es decir, llevando a su fin el camino que se inicia en el Génesis, de libertad auténtica y de comunión entre Dios, la humanidad y toda la creación.
Martín Lutero y los demás reformadores, en su tarea consciente y profunda por ahondar en la comprensión y apropiación de las Escrituras, se ocupan de traducir a su realidad concreta el legado de Cristo y la mayordomía que Dios asignó al ser humano. Así fomentaron la participación de la Iglesia en la vida pública, buscando una ética cristiana liberadora, reconciliadora, por lo tanto, fundada en Cristo y su ejemplo de vida.
De lo anterior se desprende, su tarea por invitar y redireccionar al cristiano en asumir el papel que Dios le delegó en la tierra. Aquel que decida hacer el camino de seguimiento a Jesucristo, es responsable por el bien en el mundo en Cristo, incluso en los aspectos sociales, económicos y políticos que a veces se descuidan u olvidan por enfocar la vida cristiana solo en algunas áreas ó dimensiones, lo cual suscita una lectura sesgada del proyecto de Dios con el hombre. Este asunto genera difíciles consecuencias en el cumplimiento de la responsabilidad eclesial, en el papel del cuerpo de Cristo en la historia humana, donde Dios sigue revelándose y acompañando al hombre en su caminar, en la lucha contra el pecado y la destrucción.
Realidad contemporánea
Lutero planteó diversos interrogantes a la Iglesia Medieval, confrontando directamente sus distorsiones y manipulaciones de la Escritura, llevando al cristiano a la pregunta por las implicaciones que tiene ser imagen de Dios, por el hecho de ser portadores del Evangelio.
Gracias a esa perspectiva, se hace necesaria una relectura de la Reforma Protestante desde la realidad contemporánea, subrayando el cambio de paradigma que generaron Martín Lutero y los demás reformadores al cuestionar las formas institucionales anquilosadas y opresivas, y al comenzar a dar pasos hacia la concreción de la iglesia de Cristo amante de la verdad y la justicia.
La mayordomía sobre la creación, dada por Dios a sus hijos, exige al cristiano una adecuada administración sobre todo lo creado, como imagen de Dios. Dios se ha dado totalmente, y ha puesto su mirada misericordiosa y restauradora sobre la vida de todos y cada uno de los hombres, toma el lugar del necesitado y suple, baja al nivel del excluido y lo dignifica, perdona, acoge y ama incondicionalmente. Jesucristo, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Filp. 2:6 - 8).
Queda abierto entonces el interrogante por la manera de proceder hoy en la vida cristiana, por las formas eclesiales que se cierran sobre sí mismas, por las interpretaciones descontextualizadas y limitadas de la Escritura, por las formas personalizadas y sectorizadas para comprender la persona y mensaje de Cristo.
La vida, muerte y resurrección de Cristo interpela con hondura la existencia del hombre, llamándolo a la trascendencia, a salir de sí mismo, a no estancarse en sus búsquedas egoístas, en su finitud vivida al extremo que termina ahogando el espíritu del individuo y las sociedades.
Compromiso cristiano
Cristo se ocupa de penetrar la totalidad de las dimensiones humanas y los distintos ámbitos sociales sin descuidar detalle. Y la Iglesia Cristiana, ¿ha asumido en su quehacer la comprensión de quién es Cristo según las Escrituras para ser verdaderos continuadores de la construcción del Reinado de Dios y entonces ser imagen de Cristo?
A partir de ésta dinámica, conmemorar los casi quinientos años de la Reforma se constituye en un desafío al ser de la Iglesia, para revisar muchas de las interpretaciones del Evangelio que arrinconan el acercamiento a Jesucristo en sus dichos y hechos históricos - los cuales generaron un cambio de paradigma en su contexto-; porque es claro que los reformadores en el ejercicio exegético de comprender el sentido del Evangelio, asumen la labor que deben realizar como portadores del Evangelio y mayordomos de la creación, esto es, en su compromiso social, cultural, político, económico y espiritual.
Entonces, la Iglesia Cristiana en Colombia se halla ante grandes retos de cambio en continuidad con sus orígenes reformados, y sobretodo, como seguidora de Cristo. Los contextos de pobreza, conflicto y violencia que se viven en Latinoamérica, y en el caso de Colombia que se agudiza día a día, a pesar de que el número de creyentes aumenta, se abre el interrogante respecto al verdadero cumplimiento de la misión y comisión que Dios encomendó a la iglesia, dejando al descubierto profundos interrogantes acerca del papel de los cristianos en el mundo en el que vive, esto es, en cuanto hijos de la Reforma, hacedores del Evangelio y oyentes fieles y activos del propósito de Dios.
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